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El efecto sobrecogedor que provoca en cada visitante la Capilla Sixtina es producto de notables artistas y artesanos que trabajaron a lo largo de muchos años, uniendo sus mejores destrezas con los relatos de las Sagradas Escrituras. Allí, es notable el trabajo de su bóveda, producto del ingenio de Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564).
La Capilla debe su nombre al Papa Sixto IV della Rovere, pontífice desde 1471 hasta 1484, quien hizo reestructurar la antigua Capilla Magna entre el año 1477 y el 1480. La decoración del siglo XV de las paredes fue realizada por un equipo de pintores formado, principalmente, por Pietro Perugino, Sandro Botticelli y Domenico Ghirlandaio.
Pero mucho antes de que la bóveda de la capilla se convirtiera en el gran lienzo cuyas imágenes siguen maravillando al mundo, solo existía un sencillo cielo estrellado, pintado por el artista Pier Matteo d’Amelia, siguiendo la tradición de los templos paleocristianos.
Fue Julio II della Rovere, pontífice desde 1503 hasta 1513, sobrino de Sixto IV, quien decidió modificar parcialmente la decoración de la Capilla Sixtina, confiando el encargo a Miguel Ángel en 1508 para que pintara la bóveda.
En los nueve recuadros centrales se hallan representadas las Historias del Génesis, desde la Creación hasta la Caída del hombre, el Diluvio y el nuevo renacer de la humanidad con la familia de Noé.
En 1598, Shah Abbas decidió trasladar la capital del Imperio Persa, por entonces Qazvin, a la ciudad de Isfahan. La historia se encargó de demostrar que, tanto estratégica como ambientalmente, el nuevo lugar fue la elección perfecta, pues en términos de medio ambiente, era una tierra fértil debido a la presencia del río Zayandeh y, además, estaba lo suficientemente lejos de sus rivales más fuertes, los otomanos. De esta manera, el Imperio Persa ganaría con los siglos más poder e influencia en la importante ruta comercial para los holandeses y británicos, que era el Golfo Pérsico.
En este contexto, brilla como gema indiscutible la Mezquita Shah o Mezquita Real, construida entre los años 1612 y 1630 por el Shah Abbas I de la dinastía safávida. Está considerada como uno de los mejores ejemplos de la arquitectura persa. Forma parte del Patrimonio Mundial de la UNESCO, junto a la plaza Nagshsh-i Jahan en la que se encuentra enclavada.
La cúpula de la Mezquita Shah es la mayor de todas las existentes en la ciudad, y tiene una belleza excepcional que despierta admiración por su delicado trabajo artesanal, sus detalles y gran colorido. Además, su portal de entrada y buena parte de su interior están completamente cubiertos por azulejos esmaltados, fundamentalmente de color azul, sobre un zócalo de mármol.
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